El acuario de Gijón es lo mas parecido a un templo de los horrores.
Es un acuario pequeño, acorde, quizás, con la ciudad que lo sustenta. Seguramente tiene un buen diseño y sobre todo es muy didáctico, al fin y al cabo pretende mantenerse con los turistas y sobre todo con las visitas escolares.
Su reducido tamaño se hace notar sobre todo en las cubetas para los sufridos animales.
Los esturiones viven en una charca; las salamandras, en un marco; las nutrias en una bañera; y los pobres pingüinos forman un cuadro que a mi me trajo a la memoria mi visita al Guernika, recien traído de Nueva York, en Madrid, hace ya muchos años. Estaba en una sala pequeña, como una capilla, aislado y con grandes medidas de seguridad; encerrado en una urna de cristal reforzado, con entrada limitada en número a pocas personas; allí se respiraba devoción, miedo. El tamaño es muy similar, el cristal, el drama, el escenario, en una sala aislada, con anfiteatro incluído para admirar el horror. Unos pocos pingüinos entre el cristal y una pared tapizada por sus propias deyecciones y un agua que, de todas todas, tiene que ser infecta. Y todo frente a unos espectadores, también asustados, porque el ambiente es tétrico.
La zona tropical es algo mejor, porque el colorido de los peces nos hace medio olvidar lo que acabamos de ver.
Es un acuario pequeño, acorde, quizás, con la ciudad que lo sustenta. Seguramente tiene un buen diseño y sobre todo es muy didáctico, al fin y al cabo pretende mantenerse con los turistas y sobre todo con las visitas escolares.
Su reducido tamaño se hace notar sobre todo en las cubetas para los sufridos animales.
Los esturiones viven en una charca; las salamandras, en un marco; las nutrias en una bañera; y los pobres pingüinos forman un cuadro que a mi me trajo a la memoria mi visita al Guernika, recien traído de Nueva York, en Madrid, hace ya muchos años. Estaba en una sala pequeña, como una capilla, aislado y con grandes medidas de seguridad; encerrado en una urna de cristal reforzado, con entrada limitada en número a pocas personas; allí se respiraba devoción, miedo. El tamaño es muy similar, el cristal, el drama, el escenario, en una sala aislada, con anfiteatro incluído para admirar el horror. Unos pocos pingüinos entre el cristal y una pared tapizada por sus propias deyecciones y un agua que, de todas todas, tiene que ser infecta. Y todo frente a unos espectadores, también asustados, porque el ambiente es tétrico.
La zona tropical es algo mejor, porque el colorido de los peces nos hace medio olvidar lo que acabamos de ver.
Mirar la cara del chavalín.
Desde luego ESPEZTACULAR.
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